las 12 sopas

He aquí un caldo de brujas que invita a recorrer páginas fascinantes y trágicas del gran libro de la aventura humana en el continente europeo. En este año 2016, los amantes de conmemoraciones le encontrarán un sabor particular. Hace 550 años, en efecto, los representantes de Gipuzkoa solicitaron al rey de Castilla que acordara a los alcaldes el poder de juzgar y de ejecutar, sin posibilidad de recurso, en los casos de brujería, dado que la provincia soportaba acciones de mujeres maléficas, sin que el sistema judicial establecido ofreciera medios adecuados para deshacerse definitivamente de ellas.

Tal demanda ayuda a considerar la singularidad del ser en el mundo de los habitantes del occidente cristiano en el siglo XV. Vivían aún en un universo encantado, pero en el que el proceso de aculturación que llevaron a cabo las gentes de Iglesia había asegurado el triunfo de Dios. Al margen del cristianismo victorioso, no quedaban sino reminiscencias de religiones anteriores y del culto de las fuerza naturales. A los ojos de la mayoría, estas reminiscencias constituían, en la nueva época, un saber ansiogénico, ya que era susceptible de ser empleado contra los intereses de la comunidad y asociado al comercio con el demonio. En 1466, nuestro continente acababa de entrar en el periodo de su historia en el transcurso del cual la cuestión de la brujería lo atormentó más fuertemente. No salió de él hasta finales del siglo XVII y principios del XVIII. Hay que señalar que el enfrentamiento ideológico entre católicos y reformados acentuó los antiguos miedos y acordó un rol mayor al diablo, del que cada campo acusaba al otro de ser su leal agente.

Esa época nos dejó dos cocinas de brujas. Una es conocida. Magnificada por las artes, reconocida en el curso de los procesos y descrita en tratados famosos, cuyos títulos son invitaciones a sombrías ensoñaciones, nos produce escalofríos desde la infancia. Cocina de rol femenino, concede por lo general una gran presencia a las preparaciones cocidas a fuego lento en un perol. La utilización de ingredientes fabulosos o repugnantes en la preparación de los festines organizados durante las noches de aquelarre fue regularmente evocada por las personas acusadas de brujería y por los expertos en demonología. Sin duda, lo hicieron así porque comer lo incomestible constituía, para ellos, una de las acciones más extraordinarias a las que podían entregarse fuera del mundo al derecho.

La otra cocina de brujas es aún hoy menos conocida que la precedente. Se trató del arte de preparar remedios, encantos y, posiblemente, preparaciones que permitían escapar del mundo al derecho. En efecto, no faltan las menciones de ungüentos empleados para acudir a los lugares del aquelarre. Hoy en día, numerosos especialistas estiman que estas preparaciones permitían administrarse por vía cutánea substancias alucinógenas sacadas de la flora local y que hacían viajar fuera de los cuerpos y las normas establecidas. Sin embargo, puede que dicha unción fuera ya un episodio de la aventura mental o que la pomada funcionara solamente como un placebo… La historia de las prácticas de brujería conserva una gran parte de sombra. Mejor, diremos, en el contexto que nos reúne, ya que nuestra sopa es una invitación a dejarse llevar por la magia.
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