las 12 sopas

Habríamos tenido que ser un puñado de bárbaros para celebrar la cultura en Europa sin evocar la antigua Grecia. Ojeando nuestro imaginario colectivo, en un primer momento pensamos ofrecerles un caldo ligero inspirado en lo que sabemos de lo que los espartanos tomaban tanto en sus comidas comunitarias cotidianas como en sus banquetes de fiesta. Habría sido un medio excelente para cuestionar las nociones de identidad y de ciudadanía. Sin embargo, la obsesiva tragedia de un cuadro de Jacques-Louis David invitaba a atreverse con una reflexión muy diferente, acompañando a Sócrates en sus últimos momentos de vida: pensar la cocina mortal, no aquella que envenena por medio de un aturdimiento asesino, sino aquella que busca deliberadamente matar.

La descripción de los últimos instantes de Sócrates que el Fédon de Platón propone coloca a la cicuta entre los venenos más célebres y más temidos en las civilizaciones impregnadas de cultura griega. Ese texto forma parte, por supuesto, de la construcción de la imagen de un gran filósofo y presenta probablemente una agonía mucho más tranquila que lo que era generalmente la agonía de un condenado por impiedad. De todos modos, parece que la ingesta de dicho veneno causaba una muerte más suave que la crucifixión que correspondía a los ladrones y se les concedía, en señal última de respeto, a ciudadanos que no habían perdido toda su dignidad. Las sociedades griegas tuvieron también en cuenta la suavidad de la muerte por cicuta cuando se trataba de invitar a ciertos miembros de la comunidad al suicidio, sin que hubiesen cometido crímenes. Esta es la narración de Claude Elien sobre la terrible costumbre de la isla de Ceos: «aquellos que han alcanzado una edad muy avanzada se invitan mutuamente, como para ofrecerse hospitalidad o para un sacrificio solemne y, una vez reunidos, tocados con coronas, beben la cicuta. Deben llevarlo a cabo cuando se dan cuenta de que ya no son capaces de cumplir los deberes patrióticos, entre otras causas porque no tienen ya la condición necesaria, debido a la edad».

En tiempos de Sócrates, la cicuta era administrada en forma de bebida que se obtenía diluyendo una cantidad determinada de granos molidos en agua. Los granos de cicuta podían, en ocasiones, mezclarse con granos de adormidera. No conocemos con precisión el sabor de una bebida de cicuta. Sin embargo, parece que no es muy desagradable. En 1812, el médico que asistió a un granadero abatido por la cicuta reconstituyó con bastante precisión las condiciones de su intoxicación. Había consumido en gran cantidad una sopa en la que, por descuido, se había cocido cicuta. Así pues, es posible que Platón fuera fiel a la realidad al escribir que Sócrates «acercó la copa a sus labios y la vació con una suavidad y una tranquilidad perfectas».

Nuestros miedos ancestrales establecen una relación privilegiada entre sabores insoportables y lo que causa la muerte. Sin embargo, aquello que no se puede incorporar sino una sola vez en la vida puede ser agradable al paladar. Bien preparadas, ciertas setas mortales permiten obtener platos sabrosos.

En este caldo no encontrarán ustedes, salvo un error en la cocina, ingredientes que les hubieran conducido rápidamente al otro mundo. Hemos preferido que su sabor complejo les invite a reflexionar sobre nuestra manera de estar en el mundo.
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