las 12 sopas
Nuestra máquina del tiempo debía hacerles encontrar una sopa embajadora de la cohorte de los caldos que se ofrecían a las personas sin recursos, por caridad, filantropía o interés. Siendo nuestro mundo tal como es, dicho encuentro habría podido realizarse muchísimo antes. Pero servir aquí una sopa que imite las que grupos de voluntarios reparten actualmente en demasiados barrios de la Unión Europea, habría supuesto una escandalosa falta de respeto hacia las personas que así sustentan sus cuerpos y calientan sus corazones.
He aquí, pues, una sopa boba, evocación del símbolo absoluto de la caridad alimentaria española. Este nombre se emplea hoy en día corrientemente para calificar todas las sopas que se sirvieron a las puertas de numerosos conventos, monasterios o casas de caridad entre el final de la Edad Media y el principio del siglo XX. No obstante, parece haberse impuesto bastante tardíamente, al menos en el lenguaje culto. Aun así, adquirió rápidamente gran fuerza en la lengua castellana, convirtiéndose en elemento de expresiones figuradas, algunas de las cuales se utilizan todavía en nuestros días.
A lo largo del siglo XIX, la sopa boba se transformó en un emblema del proletariado español. Para unos, simbolizó las dificultades de su existencia; para los otros, sus debilidades congénitas. En todo caso, en esa época comenzó a dar nombre a diversas creaciones que se interesaban por el pueblo llano o que eran del interés de dicho pueblo. «Sopa boba» posee así un sabor lingüístico y un valor cultural sin par… y sin traducción posible.
Si la sopa que los establecimientos religiosos españoles ofrecían a los pobres fue en general un plato simple, siempre fue también lo más correcta y sustanciosa posible: practicar una caridad imperfecta hubiera sido caer en pecado. A la inversa, cocinar bien para los pobres era una forma de honrar a Dios. Por supuesto, la mejor sopa posible no fue siempre gloriosa, ni mucho menos.
Contemplemos la muchedumbre de sopones o sopistas. Entre estos seres necesitados, al lado de los avergonzados pobres lisiados o sanos, nos encontramos a los estudiantes, que, impelidos por una necesidad al menos pasajera, acudían a «andar a la sopa» como ellos mismos decían en vida de Miguel de Cervantes. Esta práctica se convirtió en emblemática de una forma de ser estudiante.
Pero para quien hace el esfuerzo de dejar de lado el folklore, la sopa boba es el símbolo de tiempos en que grandes capas de proletarios vivían en inseguridad alimentaria.... nos invita a rememorar una dimensión fundamental del contrato político, que ya el faraón Kethi comprendió bien en su tiempo, ya que invitó a su hijo a abrir sus graneros cuando su pueblo comenzó a agitarse. Para mantenerse en el poder hay que alimentar o, por lo menos, hacer creer a una minoría suficientemente amplia que comerá hasta saciarse, tanto como sea posible y según sus gustos.
He aquí, pues, una sopa boba, evocación del símbolo absoluto de la caridad alimentaria española. Este nombre se emplea hoy en día corrientemente para calificar todas las sopas que se sirvieron a las puertas de numerosos conventos, monasterios o casas de caridad entre el final de la Edad Media y el principio del siglo XX. No obstante, parece haberse impuesto bastante tardíamente, al menos en el lenguaje culto. Aun así, adquirió rápidamente gran fuerza en la lengua castellana, convirtiéndose en elemento de expresiones figuradas, algunas de las cuales se utilizan todavía en nuestros días.
A lo largo del siglo XIX, la sopa boba se transformó en un emblema del proletariado español. Para unos, simbolizó las dificultades de su existencia; para los otros, sus debilidades congénitas. En todo caso, en esa época comenzó a dar nombre a diversas creaciones que se interesaban por el pueblo llano o que eran del interés de dicho pueblo. «Sopa boba» posee así un sabor lingüístico y un valor cultural sin par… y sin traducción posible.
Si la sopa que los establecimientos religiosos españoles ofrecían a los pobres fue en general un plato simple, siempre fue también lo más correcta y sustanciosa posible: practicar una caridad imperfecta hubiera sido caer en pecado. A la inversa, cocinar bien para los pobres era una forma de honrar a Dios. Por supuesto, la mejor sopa posible no fue siempre gloriosa, ni mucho menos.
Contemplemos la muchedumbre de sopones o sopistas. Entre estos seres necesitados, al lado de los avergonzados pobres lisiados o sanos, nos encontramos a los estudiantes, que, impelidos por una necesidad al menos pasajera, acudían a «andar a la sopa» como ellos mismos decían en vida de Miguel de Cervantes. Esta práctica se convirtió en emblemática de una forma de ser estudiante.
Pero para quien hace el esfuerzo de dejar de lado el folklore, la sopa boba es el símbolo de tiempos en que grandes capas de proletarios vivían en inseguridad alimentaria.... nos invita a rememorar una dimensión fundamental del contrato político, que ya el faraón Kethi comprendió bien en su tiempo, ya que invitó a su hijo a abrir sus graneros cuando su pueblo comenzó a agitarse. Para mantenerse en el poder hay que alimentar o, por lo menos, hacer creer a una minoría suficientemente amplia que comerá hasta saciarse, tanto como sea posible y según sus gustos.
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