las 12 sopas
La Time Soup Machine acaba de alcanzar el tiempo oscuro en que comenzó la aventura del género humano. En la misma, una sopa de sabor marino les acogerá y les acompañará en una inmersión más allá de la historia. Gracias a su umami<(i>, podrá, si le dejan hacer, llevarles en una ensoñación tan profunda que les conducirá hacia atrás cuatro mil millones de años, hasta los fondos abisales en los que la vida pudo haber surgido en una «sopa primitiva» de moléculas. Si no, será un excelente compañero para descender en busca de las primeras cocciones en agua.
Es fácil concebir la elaboración de sopas en comunidades humanas que dominaban la producción de cerámicas. De hecho, parece que los primeros pueblos alfareros destinaron muy precozmente una parte de su producción a la realización de tales platos. Hace entre 12 000-15 000 años, por ejemplo, los grupos de cazadores-recolectores presentes en el litoral japonés consumían «sopas» entre cuyos ingredientes figuraban regularmente pescados u otros productos de las aguas.
Pensar la cocción de la sopa en contextos prehistóricos en los que la cerámica y la metalurgia eran aún desconocidas supone un mayor esfuerzo. Clásicamente, los prehistoriadores han considerado que las técnicas empleadas en tiempos históricos pudieron ser utilizadas mucho más precozmente. Está ampliamente admitido que un líquido podía ser hervido en un recipiente que no hubiera resistido a las llamas, por medio de piedras calentadas en el hogar que se introducían en el recipiente. Algunos pueblos amerindios utilizaban dicho método para hervir la carne o plantas en recipientes de piel o de tripas, en vajilla de madera, en piezas de cestería, etc. Ciertas comunidades aborígenes de Australia utilizaban incluso dicho principio para aumentar la temperatura del agua contenida en cavidades rocosas superficiales. Hoy en día, el examen de ciertos materiales arqueológicos parece aportar pruebas del recurso a la técnica de la piedra calentada desde la prehistoria. El análisis de una gran cantidad de piedras encontradas en el emplazamiento paleolítico chino de Shuidonggu, por ejemplo, ha demostrado que habían sido utilizadas en tales procesos.
Esta técnica tan extendida no fue, sin embargo, el único medio empleado tradicionalmente a lo largo de los últimos siglos, y, por lo tanto, empleado posiblemente también a lo largo de la prehistoria, para calentar el agua o para preparar caldos. Los Botocudos de Brasil utilizaban una sección de bambú grueso recién cortado para hervir ciertas plantas alimentarias: se cocían antes de que el bambú, al contacto con el fuego, se secara hasta el punto de estallar e inflamarse. En ciertas regiones costeras de Australia podían utilizarse grandes conchas para calentar el agua directamente sobre las brasas del hogar.
Gracias sobretodo a los montones de conchas del Mesolítico, la relación tejida entre diversos fragmentos litorales de la humanidad y ciertas especies marinas aparece mucho más límpida. Ello explica, quizás, por qué los mejillones de nuestra sopa están tan desnudos como lo está la Venus de Botticelli. A no ser que sea por alguna otra razón; cada quien puede elegir: este último caldo ha sido concebido con el fin de estimular su inconsciente durante todavía algunos instantes. 5, 4, 3, 2, 1… Están de nuevo en 2016.
Es fácil concebir la elaboración de sopas en comunidades humanas que dominaban la producción de cerámicas. De hecho, parece que los primeros pueblos alfareros destinaron muy precozmente una parte de su producción a la realización de tales platos. Hace entre 12 000-15 000 años, por ejemplo, los grupos de cazadores-recolectores presentes en el litoral japonés consumían «sopas» entre cuyos ingredientes figuraban regularmente pescados u otros productos de las aguas.
Pensar la cocción de la sopa en contextos prehistóricos en los que la cerámica y la metalurgia eran aún desconocidas supone un mayor esfuerzo. Clásicamente, los prehistoriadores han considerado que las técnicas empleadas en tiempos históricos pudieron ser utilizadas mucho más precozmente. Está ampliamente admitido que un líquido podía ser hervido en un recipiente que no hubiera resistido a las llamas, por medio de piedras calentadas en el hogar que se introducían en el recipiente. Algunos pueblos amerindios utilizaban dicho método para hervir la carne o plantas en recipientes de piel o de tripas, en vajilla de madera, en piezas de cestería, etc. Ciertas comunidades aborígenes de Australia utilizaban incluso dicho principio para aumentar la temperatura del agua contenida en cavidades rocosas superficiales. Hoy en día, el examen de ciertos materiales arqueológicos parece aportar pruebas del recurso a la técnica de la piedra calentada desde la prehistoria. El análisis de una gran cantidad de piedras encontradas en el emplazamiento paleolítico chino de Shuidonggu, por ejemplo, ha demostrado que habían sido utilizadas en tales procesos.
Esta técnica tan extendida no fue, sin embargo, el único medio empleado tradicionalmente a lo largo de los últimos siglos, y, por lo tanto, empleado posiblemente también a lo largo de la prehistoria, para calentar el agua o para preparar caldos. Los Botocudos de Brasil utilizaban una sección de bambú grueso recién cortado para hervir ciertas plantas alimentarias: se cocían antes de que el bambú, al contacto con el fuego, se secara hasta el punto de estallar e inflamarse. En ciertas regiones costeras de Australia podían utilizarse grandes conchas para calentar el agua directamente sobre las brasas del hogar.
Gracias sobretodo a los montones de conchas del Mesolítico, la relación tejida entre diversos fragmentos litorales de la humanidad y ciertas especies marinas aparece mucho más límpida. Ello explica, quizás, por qué los mejillones de nuestra sopa están tan desnudos como lo está la Venus de Botticelli. A no ser que sea por alguna otra razón; cada quien puede elegir: este último caldo ha sido concebido con el fin de estimular su inconsciente durante todavía algunos instantes. 5, 4, 3, 2, 1… Están de nuevo en 2016.
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